Mantis Religiosa
by José WatanabeMi mirada cansada retrocedió desde el bosque azulado por el sol
hasta la mantis religiosa que permanecía inmóvil a 50 cm de
mis ojos
Yo estaba tendido sobre las piedras calientes de la orilla del
Chanchamayo
y ella seguía allí, inclinada, las manos contritas,
confiando excesivamente en su imitación de ramita o palo seco.
Quise atraparla, demostrarle que un ojo siempre nos descubre,
pero se desintegró entre mis dedos como una fina y quebradiza
cáscara.
Una enciclopedia casual me explica ahora que yo había destruido
a un macho
vacío.
La enciclopedia refiere sin asombro que la historia fue así:
el macho, en su pequeña piedra, cantando y meneándose, llamando
hembra
y la hembra ya estaba aparecida a su lado,
acaso demasiado presta
y dispuesta.
Duradero es el coito de las mantis.
En el beso
ella desliza una larga lengua tubular hasta el estómago de él
y por la lengua le gotea una saliva cáustica, un ácido,
que va licuándole los órganos
y el tejido del más distante vericueto interno, mientras le hace gozo,
y mientras le hace gozo la lengua lo absorbe, repasando
la extrema gota de sustancia del pie o del seso, y el macho
se continúa así de la suprema esquizofrenia de la cópula
a la muerte
Y ya viéndolo cáscara, ella vuela, su lengua otra vez lengüita.
Las enciclopedias no conjeturan. Ésta tampoco supone que última
palabra
queda fijada para siempre en la boca abierta y muerta
del macho.
Nosotros no debemos negar la posibilidad de una palabra
de agradecimiento.
Praying Mantis
by José WatanabeTired, my eyes backed away from the woods—blue with sunrays—
to the static praying mantis 50 centimetres
away.
I was flat on the hot stones of the Chanchamayo
river shore
and she remained there, tilted, hands contrite,
excessively trusting her little branch or dry stick disguise.
I wanted to catch her, show her how an eye will always find us,
but she became flakes and dust, brittle husk in my
fingertips.
An encyclopaedia now explains that I had smashed
an empty
male.
The book refers—with no amusement—that the story went like this:
the male was in his little stone, singing and swinging, calling
a female
and she was next to him already,
perhaps too fast,
disposed.
The mantis’ intercourse is slow.
In the kiss—the kiss—
she slides a long tubular tongue into his stomach
dripping some caustic acid drops
which blend his organs
and the tissue of his furthest internal cavity, while he’s pleasured,
and while the tongue that hoovers him, pleasures him, taking over
his most extreme substance of brain-drop,
he keeps himself under this supreme schizophrenia from copulation
to death.
Then she, seeing he’s empty husk, flies away with her again invisible tongue.
Encyclopaedias do not surmise— and they never will—
what last word
is fixed forever in the dead male’s open
mouth.
We shall not deny the chance of a word of gratitude.
translated from Spanish by Carlos Llaza